Artículo : Ése móvil tan cómodo.
La telefonía celular como elemento en una trama .
Las últimas décadas del siglo XX trajeron dos cambios que modificaron para siempre la vida de los escritores. El primero fue la caída del comunismo, que amenazó con poner fin a las novelas de espías, junto con el complejo industrial militar, porque ya no tenían raison d’être. Por suerte, tanto los escritores del género, como el Pentágono, no tardaron en encontrar a nuevos malvados. El segundo cambio trajo mayores dificultades. Con la introducción del teléfono móvil docenas de situaciones habituales en escritores de novelitas de quiosco a céntimo la palabra de repente quedaron obsoletas.
¿Que el protagonista tiene un enfrentamiento con el asesino
en un almacén abandonado de Brooklyn? Tranquilos, saca el móvil y llama a la
policía.
¿Que un monstruo lo ha acorralado en una choza de los
Apalaches? Bien, ¿operará su compañía ahí?
La terrible verdad es que incluso si la situación crítica
sucede en el Himalaya, el lector actual tenderá a pensar: «¡Vaya!, ¿no tiene
cobertura?» Y no le faltará razón.
Los escritores de principios y mediados de los noventa
recurrían a métodos primitivos: el personaje se dejaba el teléfono o se quedaba
sin batería cada dos por tres. Pero llegó un día en que los lectores, los escritores
y los teléfonos se hicieron más sofisticados.
A continuación algunos trucos
habituales ordenados por categorías.
Olvidarse el teléfono
Dentro del arsenal de soluciones verosímiles, ésta viene a
ser el hacha de piedra. Sin embargo, un hacha de piedra es útil en ocasiones, y
olvidarse el teléfono a veces es plausible. Por ejemplo, el protagonista se ve
rodeado por un fuego o está a punto de que se lo trague una inundación, y huye
corriendo a las cuatro de la mañana. En estos casos, dar muchas explicaciones
muy complejas o describir una excusa muy elaborada hace que la cosa sea menos
creíble. La clave es que el personaje tenga que salir de casa deprisa y
corriendo mucho antes de que necesite el móvil.
Perder el teléfono
¿Ha estado tu personaje suspendido de un helicóptero? Si lo
más cerca que ha estado de esta escena ha sido de camino al trabajo en tren o
en autobús, tus lectores no se lo tragarán.
Uno de los malos nos rompe el teléfono
Como este hecho es muy propio de un malo, es un truco muy
viable y muy parecido al tradicional: «¡Jim, han cortado la línea del
teléfono!» No obstante, ten en cuenta que un móvil no tiene cables y que para
dejarlo sin línea se requiere algo más elaborado.
El típico tiburón que se traga el móvil
Si el antagonista de tu personaje es un tiburón, conviene
hilar muy fino. Obsérvese lo mucho que se parece el hecho de que un tiburón pase
casualmente por tu escena a «Señorita, es que un tiburón se me comió los deberes».
Esto es aplicable a los osos, los zombis o los monstruos de los pantanos aficionados
a la electrónica.
Quedarse sin batería o sin señal
La manera más fácil de cortar por lo sano para el autor, la
más segura de que el libro fracase.
Secuestro tecnológico por una posesión demoníaca, un hacker
adolescente o un ordenador Hal a lo 2001:Una odisea del espacio
Es una solución genial si el género lo permite, de lo contrario,
evítalo.
Un carácter peculiar
Un personaje puede rechazar tener móvil porque defiende unas
estrafalarias teorías acerca de los riesgos de desarrollar un cáncer si uno se
lo lleva mucho al oído, pero esto sólo funciona cuando ese personaje vive una
aventura —tráfico de drogas y medicamentos, exposiciones a radiaciones— que le
puede llevar a creerse teorías de ese tipo. No permitas que tu heroína, una
agente de estrellas de Hollywood, odie a muerte esos cachivaches.
Situar la trama en el pasado
Ideal. Sin embargo, cuando la acción transcurre a principios
del siglo XX la precaución aconseja que el personaje haga una llamada al
principio de la novela («—Operadora, póngame con Butterfield 8 —dijo él, con el
primitivo aparato apoyado en la cara.») para poner en antecedentes a los
jóvenes lectores, que pueden tener la vaga impresión de que los teléfonos
móviles son un invento de Galileo.
de : “Cómo no
escribir una novela”, Sandra
Newman y Howard Mittlemark (2010)
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